Bioética en el cine


El Séptimo Arte ha sido una de las últimas disciplinas en alcanzar esta consideración, pero dada su proximidad a otras como la literatura o la fotografía, tiene una capacidad innata de comunicación y expresividad que cuando se emplean adecuadamente lo convierten en un poderoso medio para la reflexión, e incluso para el intento de cambio social, moral…

En este apartado que desde AEBI se dedica al cine, a La Vida Humana a Través del Cine, tratamos de mostrar los distintos aspectos a los que se puede enfrentar la bioética desde la cercanía que transmite este medio, mediante delicada selección de películas debidamente analizadas y comentadas.
 

Vida, Life, Kyanq

Cine desde el espectador 
Gloria Mª Tomás y Garrido 
Catedrática Honoraria de Bioética. UCAM. Murcia.
Miguel Ángel Millán Anticiano. Doctor en Bioética. UCAM. Murcia


   
El estudio realizado por el Dr. Miguel Ángel Millán en su Tesis, que he tenido el honor de dirigir, contiene en uno de sus capítulos un profundo, acertado y bello comentario sobre este director cinematográfico y sobre su obra. En concreto, en este trabajo estudiamos su documental VIDA, que puede encontrarse en youtube simplemente poniendo el nombre del director y del cortometraje (Artavazd Pelechian, cortometraje Vida)Se ha reducido el estudio a un artículo de difusión en el que se intenta mostrar que en seis minutos y medio -es su duración- tiene cabida el arte, la ciencia y la filosofía, armónicamente compenetrados como una espléndida manifestación de la hondura de la vida humana y su trascendencia.

Pelechian no nació en un país de renombre, si por celebridad o fama puede concebirse un país perdido en las estribaciones del Cáucaso meridional. Tal vez hayamos escuchado quebradizos rumores en los elencos de la historia y resuene en nuestros oídos el exterminio genocida de armenios (1915 1923) por la denodada denuncia del Papa Benedicto XV, siempre profundamente preocupado por la irracionalidad humana, manifestada particularmente en esa época correspondiente a la primera Guerra mundial.

Artavazd Pelechian (1938), fue compañero de estudios en el Instituto Cinematográfico de Moscú del director de cine Andrei Tarkosvki (Moscú, 1932 - París, 1986) -siempre preocupado por el estrecho espacio concedido a la faceta espiritual del hombre- y del aristócrata y prolífico director Andrei Mijalkov Konchalovski (Moscú, 1937). Pelechian ha sido reconocido tardíamente fuera de la URSS, excepto en Francia, gracias a la intercesión del director Jean Luc Godard (París, 1930). Pertenece al cine experimental, próximo al vanguardismo ruso -dada la carga lírica de sus films-, junto a un lenguaje cinematográfico, en el que en la naturaleza se descubre como un saber revelado al mundo; también la conciencia humana es una constante en su filmografía. Destaca, además, por el montaje a distancia del que fue precursor, donde la asociación principalmente de imagen-sonido es fundamental para la comprensión de su obra. Su filmografía está compuesta por títulos indis¬pensables: Las estaciones (1975), Fin (1992), Nosotros (1960), Vida (1993). La duración total de toda ella no alcanza las cuatro horas de metraje.

Impresiona, y no sólo en este corto, aunque es el que comentamos, como es capaz de generar quietud entre el tráfago humano; silencio ante un ruido ensordecedor y, sobre todo, cómo convierte el latir del corazón humano en una hechizante melodía que marca el compás trascendente de la vida. La cámara descubre y disecciona el rostro femenino en un primerísimo plano, extrayendo de cada instante manifestaciones de la vida que sacuden al espectador y le conducen a una apoteosis humana y también fílmica.

Pelechian enfatiza tres grandes coordenadas -el espacio, el tiempo y el movimiento- una combinación esencial -en el buen cine- de arte y de sentimiento. Y así, sus proyecciones hablan de personas anónimas fascinadas por la belleza original de lo intrínsecamente humano. Descubre y reconoce lo que denomina el secreto de la materia.

La exploración de sus personajes y la belleza de sus documentales tienen como centro la identidad de cada individuo en su entorno natural. Como buen investigador de la textura humana, le preocupa la composición del documental para que todo confluya en la unidad que busca y encuentra. En su cine, el rostro es el protagonista; de tal modo sus imágenes están orientadas a la expresividad teleológica que confluyen en el mismo devenir forma y contenido. Ver sus filmes es redescubrir el ser alguien en el otro, tal como se aprehende en el filósofo Lévinas, (Kaunas, 1905-París, 1996), el cual logró una síntesis entre la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger y el pensamiento judío, a partir de ello elaboró una filosofía de la experiencia ética sustentada en la subjetividad y la alteridad. Una frase suya muy significativa e importante en nuestro film es cuando expresa que la epifanía del rostro es ética. El verdadero rostro humano no entiende de caretas, ni participa de máscaras o antifaces que atenúen su visión. Para Lévinas, el encuentro ético emerge de la profundidad interior humana, como las sensaciones de una madre gestante que es capaz de reconocer las señales internas de su otro yo, que la interpelan a un imperativo crucial frente a la vida. Esa madre, durante su embarazo, no ve el rostro pero escucha y se enternece con él en el fondo de ella misma. Esa vida gestante apela, señala, solicita la atención para sí y en sí del hijo.


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life vida

 
Vida, Life, Kyanq

Director: Artavazd Pelechian
1993
Miguel Ángel Millán
Gloria Mª Tomás

Ese contexto del pensamiento de Lévinas lo tenemos filmado en Vida, que fue grabada en 1993 en una maternidad armenia; resalta la importancia de los ciclos naturales, al presentar la maternidad como un acto cotidiano, entrañablemente femenino, dejando que del rostro brote el lenguaje de la imagen. Es así como la fecundidad es acunada por el espectador que, impasible, desea saber cuál es el destino del protagonista. Y se cuenta con la expectación que genera la música del Requiem de Verdi, marcando acentuadamente el pausado ritmo del tiempo, mientras rostros anónimos experimentan el conspicuo dolor de la felicidad. Y así se encuentra la maestría y la originalidad de Pelechian que enseña a hablar y a escuchar el lenguaje del silencio. De algún modo, el espectador se convierte en el protagonista del visionado y el único capaz de emitir palabras y emociones sobre lo que ve.

Sin duda, el hecho de que el espacio sea una maternidad y el tiempo se presente bajo los designios esféricos de la vida humana (nacer-vivir-morir-nacer) hacen que el movimiento se dimensione en la dignidad de la persona, En Vida, metafóricamente, se otorga a la expresión facial y a la música el don de la palabra. Un cine donde se articula la evocación lírica de la imagen, la música, y el agua -que bendice todo con su pureza original- dan paso a la benevolencia acogedora de la vida. Madre e hijo unen sus caras en paralelo frente al objetivo inescrutable de la cámara. La recreación entrañable dibujada en los rostros de ambos, divisando la felicidad absoluta de una unión indisoluble que ha hecho del sobrecogedor desgarro de la parturienta un motivo de esperanza.

No hay dolor en la mirada, no importa si el esfuerzo realizado ha llegado a los límites de la extenuación; la expresión máxima de humanidad se ha delineado en la composición del rostro, cuando la alteridad se ha adueñado de nuestra mismidad hasta convertirse en filiación rediviva, provocando, a su vez, que las virtudes naturales y sobrenaturales cohesionen en el mismo espacio y tiempo donde se erige la persona llena de respeto y de ternura.


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