La Vida Humana a Través del Cine Sección dirigida por Gloria Mª Tomás y Garrido Catedrática de Bioética. UCAM. Murcia. |
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Introducción La Declaración Universal de los Derechos Humanos se compone de un preámbulo y treinta artículos, que recogen derechos de carácter civil, político, social, económico y cultural. Los artículos 1 y 2 recogen principios básicos en los que se sustentan los derechos; estos principios son los de libertad, igualdad, fraternidad y no discriminación. Los derechos quedan enunciados en los artículos 3 a 27, y pueden clasificarse como sigue: los artículos 3 a 11 recogen derechos de carácter personal; los artículos 12 a 17 recogen derechos del individuo en relación con la comunidad; los artículos 18 a 21 recogen derechos y libertades políticas y los artículos 22 a 27, derechos económicos, sociales y culturales. Los artículos 28 a 30 recogen las condiciones y límites con que estos derechos deben ejercerse. Aunque no es un documento obligatorio o vinculante para los Estados, sirvió como base para la creación del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1976) y del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1976). Sigue siendo citada ampliamente por profesores universitarios, abogados defensores y por tribunales constitucionales. Sus principios, mantenidos con fidelidad, sobre todo cuando se trata de la defensa de la vida humana, del matrimonio, de la libertad de religión y de educación son condiciones necesarias para responder acertadamente a los desafíos de la historia presente. Los Derechos humanos son el fundamento ético de la vida social, entendibles por todos; aun cuando los principios morales no tienen una aplicación unívoca, se podría hablar del amplio espectro común a la humanidad que ha dado lugar a unos ritmos sabios, a un orden metafísico que supera la historia, a unas bases permanente que nacen de la propia realidad y de su significado. El reconocimiento de este significado de fondo no es algo impuesto o artificial sino la auténtica referencia que nos ayuda a poder vivir, a ejercitar la libertad y a liberarnos. En definitiva, de la realidad natural emanan los derechos y los derechos protegen la realidad, y desde ese fundamento se construye la ética, que no pertenece ni a los medios ni a los instrumentos, sino a la persona. Los Derechos humanos emanan de la ley natural –la ley de la persona, en palabras de Juan Pablo II- por lo que esencialmente su matriz es cristiana. La Iglesia, además, siempre ha respetado y protegido la ley natural. Ahora bien, aunque los principios de la ley natural son universales, como se aplican a realidades contingentes, no hay soluciones únicas; la clave para acertar éticamente en la búsqueda de soluciones han de tener como referencia el bien de la persona. En la película que se comenta, Amazing Grace, se relata la lucha de William Wilberforce en el siglo XVIII para abolir la esclavitud en el Imperio Británico. En esa época, claro está, aún no existe la Declaración de los Derechos humanos, pero Wilberforce los defiende ¿Cómo? ¿Por qué? Porque actúa en conciencia. Dado el clima de laicismo agresivo, y de abuso de poder y de totalitarismo que invade la mayoría de las sociedades occidentales, nos parece que es preciso no solo recordar los Derechos del hombre sino muy particularmente cómo vivirlos. Pues precisamente de la recta conducta en la vida pública legitima el valor de la persona y su coherencia. Es decir, su actuación consciente y en conciencia. Antes de entrar en consideraciones acerca de la conciencia personal como resorte ético ante un poder ejercido de modo ilegítimo, nos parece de interés considerar cual puede o debe ser la actuación de un ciudadano ante el poder. Sánchez Cámara señala que sólo existen tres posibilidades: o vivimos ante un poder que consideramos legítimo –nos guste más o menos o incluso nada- y en este caso quien gobierna tiene derecho a mandar; la segunda posibilidad es que se considera que el gobierno es ilegítimo y se intenta cambiarlo; y la tercera posibilidad corresponde a aquella en que, a sabiendas que el poder es ilegítimo se acepta. En su opinión, esta última opción es puro envilecimiento. Y me pregunto ¿cómo advertir en qué situación nos encontramos? ¿Cómo saber actuar? Hay una respuesta básica de la que pueden surgir distintas vías de actuación: conocernos como personas y, por tanto reconocer como se respetan los derechos –y también los deberes que nos corresponden- y, para ello, claro que está que incide la influencia de la familia, de la tradición, de la sociedad, de la cultura…incluso de un largo etc., pero muy particularmente incide la formación de la conciencia. El término conciencia presenta una equivocidad que requiere una labor de clarificación si se quiere comprender rigurosamente su significado, se halla en dos grandes campos semánticos: el epistemológico y el moral. Desde la acepción epistemológica alude al ‘tener noticia’ o ‘darse cuenta’; en este sentido se emplea la expresión “ser consciente” o “no ser consciente” de algo. Tal ‘tener noticia’ puede revestir un carácter sensible –cuando el objeto emerge por medio de la percepción sensorial– o un carácter intelectual –cuando el objeto ha sido presentado o incluso elaborado íntegramente por medio de formas conceptuales–. En este contexto, la conciencia posee dos características estructurales básicas de enorme relevancia antropológica. El hecho de ser consciente hace referencia siempre al sujeto del acto cognoscitivo, lo percibido no da lugar a una mera sucesión de imágenes, sonidos, etc., sino que configura una experiencia unitaria, un propio mundo de vivencias. La autoconciencia reflexiva trae consigo al hombre la posibilidad de interioridad e intimidad y, con ella, de una biografía y de un proyecto vital. Por otro lado, en la medida en que ese ser-consciente-de-algo remite siempre a aquello de lo que se es consciente (a lo distinto del yo), constituye la puerta de acceso al mundo. Desde la acepción moral, la conciencia no remite al ámbito del conocimiento teórico, sino a la esfera práctica de la acción. En esta perspectiva, el término “conciencia” alude a la condición individual que posibilita el discernimiento de la cualidad moral de las acciones. Es en este sentido que en español se utilizan expresiones del tipo “problema de conciencia”, “remordimientos de conciencia” o “tener una conciencia bien (o mal) formada”, y se habla de una deliberación moral más o menos “concienzuda”. Se puede entender de dos modos el papel de la conciencia moral: por un lado, como discernimiento individual que busca ajustar la acción al bien o al valor más adecuado, al deber o a la (justa) norma positiva; por otro, como coherencia interna del individuo con sus propios principios. Al primer sentido corresponde la expresión “obrar con conciencia”, entendida como actuar teniendo en cuenta criterios morales; al segundo sentido se adecua más la expresión “actuar en conciencia”, esto es, obrar coherentemente con los propios principios. La conciencia ocupa, pues, un lugar privilegiado en el contexto ético, sea cual sea el modo en que se conciba la estructura y el núcleo de lo moral. Prueba de dicha centralidad se halla en las nociones de ‘objeción de conciencia’ y ‘desobediencia civil’, que pueden ser expresión de un lícito conflicto entre la ley positiva (emanada de la autoridad competente) y el fuero interno del individuo o individuos (su actuar “en conciencia”). Por su relación con la autoconciencia reflexiva, la moralidad y la libertad, la conciencia moral es un fenómeno específicamente humano. Aunque ahora no nos concierne, podemos recordar que tanto la conciencia epistemológica como la conciencia moral pueden presentar desajustes que dan lugar a incoherencias o deformaciones en el acceso teórico a la realidad o en la índole moral de la acción. Estos fenómenos conducen, desde el punto de vista teórico, a los conceptos de trastorno de la personalidad o patología mental; desde el punto de vista práctico, a las nociones de vicio, heteronomía o maldad. La formación de la conciencia se muestra, por ello, como una tarea esencial en la existencia de los seres humanos y de las sociedades en las que viven. La vida del protagonista de la película, William Wilberforce, expresa una recta conciencia, teórica y práctica, epistemológica y moral, decidida, valiente, perseverante, que le conduce a disponer de su vida para la salvaguarda de un derecho humano elemental, la libertad, y, aún más, no opta por una lícita objeción de conciencia, ni manifiesta únicamente la desobediencia civil, sino que su historia y la de sus seguidores demuestra que un puñado de hombres decididos, coherentes, son capaces de incidir en la opinión pública y cambiar las leyes para acabar con una lacra social tan ampliamente aceptada en su época. Es un modelo abierto para conocer, vivir y proteger los derechos del hombre. Cfr.: -SANCHEZ CAMARA, I. 3ª ABC 5-Agosto-2010 - TOMÁS, G. Y MANERO, E. Diccionario de Bioética para estudiante, 86-90, 105-106 METODOLOGÍA Como es habitual, se propone una película, se realiza una sinopsis sobre ella y se plantean algunas cuestiones bioéticas –en sentido amplio- con respecto a temas que aparecen en el film. Si alguien desea añadir algún comentario o buscar nuevas explicaciones puede dirigirse al correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. En todo caso, lo fundamental es contar con el cine como instrumento de la bioética. |
Película a Debate: Amazing Grace País: Reino Unido. Año: 2006. Duración: 111 min. Género: Biopic, drama. Interpretación: Ioan Gruffudd (William Wilberforce), Romola Garai (Barbara Spooner), Youssou N'Dour (Olaudah Equiano), Albert Finney (John Newton), Benedict Cumberbatch (William Pitt), Michael Gambon (lord Fox), Rufus Sewell (Thomas Clarkson), Ciarán Hinds (lord Tarleton), Toby Jones (duque de Clarence), Nicholas Farrell (Henry). Guión: Steven Knight. Producción: Edward Pressman, Terrence Malick, Patricia Heaton, David Hunt y Ken Wales. Música: David Arnold. Fotografía: Remi Adefarasin. Montaje: Rick Shaine. Diseño de producción: Charles Wood. Vestuario: Jenny Beavan. Estreno en Reino Unido: 23 Marzo 2007. Estreno en España: 11 Septiembre 2009. En la película se narra la vida personal, familiar, de amistad de Wilberforce, una persona de honda religiosidad, dispuesta a consagrarse a la vida espiritual como cristiano evangélico. Mas cuando se le presenta el reto de luchar para lograr la abolición de la esclavitud en el Imperio Británico comprenderá que Dios le quiere en un mundo, a veces cruel, para reformarlo; tras quince años de incesantes esfuerzos, gracias a sus firmes convicciones y a una preclara vocación de servicio, será pionero en esta batalla. La cinta resalta la fe, el temple, la coherencia y el coraje en la defensa de la dignidad humana. La historia de William Wilberforce es dramática e intensa, y, cuando corresponde, entrañable. Facilita ese clima la cuidada puesta en escena y la buena fotografía; quizás la música no responda al nivel cinematográfico del resto, aún siendo también la protagonista del título de la película. El film combina la narración desde diversos ángulos que están bien concatenados: se muestra a un Wilberforce en que se nos muestran sus primeras y juveniles escaramuzas oratorias en el parlamento, cuando sueña con su amigo William Pitt en cambiar las cosas en tantos órdenes, incluido el del tráfico de esclavos; también aparece un Wilberforce agotado, porque pese a las adhesiones logradas no alcanza fácilmente sus nobles objetivos. Se incide en el horror de la esclavitud, se narran con puntería las intrigas políticas y los duelos en la Cámara; se comprende el dilema del protagonista entre una carrera política o una vida al servicio de Dios; y también aparece la dimensión de la historia romántica, que dilata la ternura del corazón humano. Es por lo tanto, el reflejo de una actitud comprometida con su tiempo y sincera con uno mismo, que cuenta con el parecer de Dios y de los hombres al pedir consejo para encontrar el sentido de la vida, que no se esconde ni cambia de criterio según la oportunidad política, ni tampoco pone en primer lugar su salud o sus propios intereses e inclinaciones. Por ello, Wilberforce sufre en su cuerpo y en su alma la deslealtad, la insensibilidad humana y la falta de ética política, la desesperanza y el agotamiento psíquico ante una causa injusta. A su alrededor hay personajes con intereses económico-políticos sin escrúpulos y otros a los que la conciencia les remuerde pero que no se sienten capaces de dar la cara, individuos que rectifican que le apoyan desde la distancia y a escondidas, hombres que sacrifican su vida y que recogen firmas para revisar una ley que permite el comercio de esclavos. Pero entre ellos, Wilberforce está a solas con Dios y con su conciencia sin ceder a las presiones y chantajes; sabe que “tras la noche llega el día” y reconoce el poder de la “Gracia Prodigiosa” para hacer recapacitar y cambiar los corazones, algo que le da hace perseverante para volver a intentarlo una y otra vez hasta que lo consigue. Lo que cuenta la película tiene muchísimo interés. Impresiona comprobar que apenas hace doscientos años la trata de esclavos era algo acostumbrado en el Imperio Británico y además, constituía la base económica de las plantaciones del Sur de EE.UU. Hoy día podría establecerse una analogía entre la lacra de la esclavitud con la falta respeto a la vida humana, particularmente en su comienzo y en su final natural –aborto y eutanasia-. El reparto es excelente; los actores, también los secundarios, cuentan con unos sólidos personajes. Ante la extraordinaria ambientación de la época y las interpretaciones llenas de fuerza y autenticidad -con una limpia narrativa que va y viene a lo largo de su carrera política y de los sucesivos intentos por cambiar la legislación-, se deduce la conveniencia de rendir homenaje a un gran hombre y de proponerlo de ejemplo a la clase política. Por último, sorprende la tardanza con la que ha llegado a las salas, y la escasa repercusión mediática que ha tenido en los medios ¿a qué puede ser debido? Algunos señalan que “algo huele a podrido en Dinamarca”. Quizás se más positivo actuar y seguir entonando Amazing Grace, nombre del himno que con el paso del los siglos se ha ido adaptando a todo tipo de causas a favor de la libertad y los derechos humanos: "Yo antes era ciego, y ahora veo". -http//: La miradadeUlises.com/2009 (Consulta 18-XI-2010) -www. Decine21.com/Película/ Amazing Grace (Consulta 18-XI-2010) -Aceprensa: 10-IX-2009 TEMAS DE DEBATE: -DISCRIMINADOS Y EXCLUÍDOS -LOS DERECHOS HUMANOS -LA CONCIENCIA -EL LIDER -LA COHERENCIA -LA OPINIÓN PÚBLICA Y UNA SUGERENCIA: Otras películas para profundizar en el tema: -La fuerza de uno (1992) -No sin mi hija (1991) -El juicio de Nuremberg ¿vencedores o vencido? (1961) -El círculo del poder (1991) -City Hall. La sombra de la corrupción (1995) Estas películas se encuentran comentadas en el libro “Cine y Sociedad” de José Pérez Adán (ed.) (EIUNSA; 2ª edición, 2006).. |