Introducción Toda persona se enfrenta con la realidad de la muerte. La dimensión de este evento condiciona las actitudes fundamentales del ser humano: la pregunta sobre el sentido de la vida, la pregunta sobre el significado de la historia y la pregunta sobre la persona misma. Las respuestas que se sigan muestran la densidad de quien las afronta.
El miedo a la muerte se centra en su ineludible necesidad y en el modo personalizado de la misma. No es extraño que se reaccione con deficiencia y con un abierto rechazo ante la imagen de la muerte que se presenta como un límite ineludible a la peripecia humana. En ella cristaliza la soledad del hombre. Es el mayor de los enigmas humanos, y cuya resolución comprensiva es imposible.
Incluso las culturas y las religiones se diferencian entre sí por la importancia y el sentido que han conferido a la pregunta, explícita o subconsciente, sobre el misterio del morir.
La muerte ha sido un tema central de la reflexión filosófica desde sus inicios. En efecto, la reflexión hecha por el hombre sobre su propio ser, no puede prescindir de un dato fundamental: en un momento dado, todo hombre deja de ser. En un apresurado resumen, se podría decir que, frente a este trascendental interrogante de la naturaleza humana, el pensamiento filosófico ha desarrollado dos grandes corrientes: el materialismo y el espiritualismo. Se trata de concepciones del mundo y del ser humano que -bajo diversos nombres- han recorrido la historia hasta nuestros días condicionando el modo humano de actuar, con una importancia decisiva en el desarrollo de los acontecimientos a lo largo de los siglos.
En cualquiera de estas últimas teorías, la definición de muerte más extendida sería la de separación de alma y cuerpo. Se trata de una expresión que -aunque propia de la tradición judeocristiana- puede considerarse clásica de la cultura occidental y, con formulaciones diversas, común a muchas culturas.
En la cultura actual la pregunta sobre el sentido de la vida se pone entre paréntesis y la conciencia de ser mortales se reprime sistemáticamente. Por ello, la experiencia de la muerte adquiere un significado doble y opuesto: parece una paradoja inaceptable, sobre todo cuando se truca inesperadamente una existencia abierta a un futuro rico en promesas, o bien aparece como una liberación de una existencia sin sentido, tal vez irreversiblemente dominada por la angustia y el sufrimiento.
Con respecto a la primera situación, cuando alguien está lleno de vida y muere, el desarrollo de las técnicas médicas, el perfeccionamiento continuo de nuevos productos farmacéuticos y la evolución de la actitud de los sanitarios y de los pacientes ha acuñado la idea de que la muerte siempre es un fracaso y que hay que retrasar su desenlace a toda costa.
En relación con la segunda situación, ante la enfermedad, la fragilidad y la invalidez se cita el derecho a morir. Es más, hay una especie de interés en el hombre occidental por controlar su muerte, como una consecuencia de la afirmación universal de la libertad individual, a la tecnificación del tratamiento médico, a la percepción de que la cantidad de vida puede dañar seriamente la calidad de la misma. A veces, este derecho a morir se antepone al derecho a vivir. Es particularmente urgente defender la vida humana contra la presunción de considerar algunas existencias como demasiado gravosas o incluso inútiles.
Por estos hechos, entre otros, hoy se suscita una nueva curiosidad ante el fallecimiento. Si nuestra curiosidad por la muerte nos llevara a preguntarnos cómo hemos de enderezar nuestros pasos durante la vida sería un valioso logro ético. Es claro que nadie muere para sí mismo, como nadie vive para sí mismo. La muerte de cada uno compromete a la sociedad. Por ello, la sociedad tiene el deber ético de organizar un servicio hospitalario y asistencia para que no sea una ocasión propicia para la explotación, la discriminación y la injusticia.
La primera respuesta a la pregunta sobre lo que es la muerte se plantea en términos negativos: la muerte es la pérdida de la vida. Sin embargo, una respuesta aparentemente tan simple encierra una notable complejidad. En buena medida, la dificultad para definir la muerte estriba en la dificultad para definir la vida. Se trata de un concepto intuitivo sobre el que resulta arduo reflexionar: uno de esas ideas fundamentales que, para muchos autores, serían tan sólo susceptibles de descripción.
Los seres vivos se distinguen de los seres inertes por su capacidad para realizar funciones de nutrición, relación y reproducción: las dos primeras son susceptibles de división en un amplio número de actividades más elementales de desigual importancia; la última ha de entenderse en sentido de capacidad de la especie: el que un individuo no se reproduzca de hecho no genere otros seres de su misma especie o, incluso, carezca de esa posibilidad por ser infértil , no quiere decir que no esté o sea vivo.
En los últimos años se ha insistido en la importancia de una cuarta función que se encuentra en la base de todas las demás: la autorregulación. Se entiende por autorregulación la capacidad que un ser vivo tiene de coordinar todas sus funciones vitales para permanecer con vida. Si esa función deja de ejercitarse irreversiblemente, desaparecerá también de modo irreversible la unidad que caracteriza al individuo. Para algunos autores esa capacidad sería el principal elemento de una definición biológica de vida.
En la actualidad, un concepto importante, sobre todo por el tema de los trasplantes, es el de muerte cerebral. Aunque bajo esta expresión se incluyan realidades muy diversas, podemos ya establecer que la muerte cerebral no es una clase de muerte o un nuevo concepto de la misma, sino un modo de diagnosticarla La muerte cerebral se fundamenta en el concepto biológico de muerte del organismo como un todo.
Aunque teórica, ésta sería una primera dificultad: mientras no se pueda identificar el momento de la muerte, no es posible diagnosticar que una persona está muerta.
El momento exacto de la muerte es al menos en la actual situación de nuestros conocimientos extremadamente difícil de establecer y, hasta cierto punto, carece de interés moral e incluso científico. Sin embargo, es mucho más fácil diagnosticar que una persona está muerta y este diagnóstico condiciona decisivamente la actuación posterior que, obviamente, será muy diversa de la que se seguiría en ausencia de ese diagnóstico.
La muerte cerebral no es una nueva forma de muerte, sino un modo de diagnosticar la muerte en un paciente sometido a terapia intensiva. Para poder hacer ese diagnóstico con total seguridad, es necesario establecer el cese irreversible de la función encefálica por destrucción del tejido nervioso que ocupa la cavidad craneal: es lo que suele calificarse como muerte cerebral total o muerte encefálica.
Se ha afirmado que el poder médico, con cada victoria sobre la enfermedad, crea las condiciones que plantean cuestiones morales sobre la muerte por elección y continuará creándolas en el futuro, pero la medicina no es una ciencia exacta, y conoce muchas sorpresas; de ahí la necesidad de la prudencia en la formación ética; particularmente en la toma de decisiones para realizar los trasplantes.
Son dilemas nuevos; en la medicina tradicional nunca se había presentado el problema relativo a la obligación moral de dejar morir a un hombre o de tener que respetar el pretendido derecho del enfermo a morirse o a acelerar la llegada de su muerte.
Además de discernir entre la moralidad y la legalidad hay que añadir la libertad terapéutica, que ha de estar iluminada por una ética médica profundamente respetuosa con la persona; con demasiada frecuencia las instituciones tienden a alinearse con la ley olvidando los otros aspectos.
No somos sólo seres que morimos sino con la dimensión de que sabemos que vamos a morir. La llegada de la muerte supone enfrentarse al único fenómeno vital que, con independencia de la respuesta humana que se le dé, se va a producir inexorablemente. El poeta Tagore lo expresa bellamente en Pájaros errantes "La muerte pertenece a la vida igual que el nacimiento./ Para andar no sólo levantamos el pie:/ también lo bajamos!/".
Metodología Como es habitual, se propone una película, se realiza una sinopsis sobre ella y se plantean algunas cuestiones bioéticas con respecto a temas que aparecen en el film. Si alguien desea añadir algún comentario o buscar nuevas explicaciones puede dirigirse al correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. En todo caso, lo fundamental es contar con el cine como instrumento de la bioética. |
Película a Debate: Despedidas
Ficha Técnica Dirección: Yôjirô Takita. País: Japón. Año: 2008. Duración: 131 min. Género: Drama. Interpretación: Masahiro Motoki (Daigo Kobayashi), Ryoko Hirosue (Mika Kobayashi), Tsutomu Yamazaki (Shouei Sasaki), Tetta Sugimoto, Kimiko Yo (Yuriko), Takashi Sasano (Shokichi), Kazuko Yoshiyuki (Tsuyako). Guión: Kundo Koyama. Producción: Toshiaki Nakazawa y Toshihisa Watai. Música: Joe Hisaishi. Fotografía: Takeshi Hamada. Montaje: Akimasa Kawashima. Diseño de producción: Fumio Ogawa. Estreno en Japón: 13 Septiembre 2008. Estreno en España: 3 Julio 2009.
Sinopsis
En 1952, el cineasta japonés Akira Kurosawa culminaba su obra maestra Vivir (Ikiru) con el antológico velatorio del protagonista, durante el que se redondeaba su apasionante historia de redención y solidaridad. Ahora, su compatriota Yojiro Takita realza aquella luminosa visión de la vida y de la muerte en Despedidas, con la que ha ganado los principales premios de la Academia de Cine Japonesa y el Oscar 2008 a la mejor película en lengua no inglesa.
Despedidas, cuya traducción tendría que haber sido El que envía narra la historia de Daigo Kobayashi, un violonchelista que abandona su trabajo, la música, debido a que el patrocinador de la orquesta en la que toca ha decidido no invertir más dinero en ella, puesto que son muy pocas las personas que acuden a estos recitales. Le propone a su esposa, Mika, trasladarse de Tokio a la pequeña ciudad en la que él nació, ya que allí se encuentra la casa que ha heredado de su fallecida madre. Su mujer acepta plenamente esta sugerencia.
Daigo comienza a buscar un empleo; lee en un periódico un anuncio en el que se ofrece trabajo en "una empresa de despedidas". Cuando acude no encuentra lo que esperaba: se trata de una pequeña funeraria que dirige Sasaki, un hombre a punto de jubilarse que amortaja esmeradamente a los difuntos. Acepta este oficio que, en un principio, no entiende demasiado bien, que incluso le repugna. Además, lo oculta a su propia mujer y conocidos, ya que ese servicio no está bien aceptado socialmente. Su misión consiste en ser ayudante en una funeraria, en la que realizan una ceremonia de despedida del difunto delante de sus familiares, limpiando y maquillando el cuerpo para que su tránsito al otro mundo sea más puro. Aunque sus primeras experiencias le repugnan, termina dándole sentido, aún más, su verdadero sentido.
Esta película para algunos expertos, recuerda en la forma a otra ganadora del mismo premio, y que suele ser la debilidad de todo cinéfilo, Cinema Paradiso, pues ambas emplean el mismo tipo de resortes narrativos e idéntica forma de tratar los sentimientos creando un clima honesto, sincero, delicado….; pausadamente se va imponiendo ese tono entrañable, amable y profundo que siempre ha caracterizado a los grandes maestros del cine japonés, De este modo, con un pudor y una delicadeza cautivadores, El espectador quien decide, como ocurre en el arte verdadero, entrar o no en ese clima.
Clima que es el descubrimiento de la belleza y delicadeza que puede esconderse bajo los ritos funerarios nipones, nacidos de una actitud ante la muerte que nos sitúa ante una historia que trata no sólo de la muerte, sino del amor por el trabajo, la dedicación, el valor de la vida, el respeto, y sobre todo la comprensión. Takita, conforme comprende y se perfecciona en su trabajo, va desvelándonos facetas insospechadas de la dignidad del ser humano, también de su cuerpo muerto. Así, emerge de un modo natural una visión trascendente del ser humano, expresamente abierta a todas las religiones -también a la cristiana- y en la que se capta que la vida humana no acaba con la muerte.
Temas de Debate
- Derecho a vivir/derecho a morir
- Muerte digna
- La muerte como misterio
- La muerte como fracaso
…y una sugerencia
Otras películas para profundizar en el tema:
- La habitación del hijo
- La habitación de Marvin
- El aceite de la vida
- Cosas que importan
Estas películas se encuentran comentadas en los capítulos 8 y 19 del libro "La vida humana a través del cine" de Mª Consuelo y Gloria Mª Tomás y Garrido (EIUNSA; 2ª edición, 2005).
Enviar comentarios a: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
|