Bioética en el cine


El Séptimo Arte ha sido una de las últimas disciplinas en alcanzar esta consideración, pero dada su proximidad a otras como la literatura o la fotografía, tiene una capacidad innata de comunicación y expresividad que cuando se emplean adecuadamente lo convierten en un poderoso medio para la reflexión, e incluso para el intento de cambio social, moral…

En este apartado que desde AEBI se dedica al cine, a La Vida Humana a Través del Cine, tratamos de mostrar los distintos aspectos a los que se puede enfrentar la bioética desde la cercanía que transmite este medio, mediante delicada selección de películas debidamente analizadas y comentadas.
 

UP


La Vida Humana a Través del Cine 
Sección dirigida por Gloria Mª Tomás y Garrido 
Catedrática de Bioética. UCAM. Murcia.



   
Introducción

Si tuviera que condensar en pocas palabras el contenido de estas reflexiones creo que las acertadas son las escritas por el Papa Juan Pablo II en el número 87 de su encíclica Evangelium vitae, dicen así: «Se trata de "hacerse cargo" de toda la vida y de la vida de todos. Más aún, se trata de llegar a las raíces mismas de la vida y del amor»; pues en esta ocasión nos interesa resaltar el sentido de las relaciones humanas que se fundan valor inalterable de la vida humana en toda edad y condición: la vida que nace, la vida que crece, la vida que llega a su ocaso.

Partiendo de esta realidad destacaremos la vida de los ancianos y la de los niños; la relación entre ambos. Es una de las lecciones de la película que presentamos a debate, UP.

El don de la vida es demasiado bello para que nos cansemos de él. Lo humano es lo perdurable. En este sentido, Julián Marías manifestaba que le preocupaba la atención que se dedica a lo indeseable y que por sí mismo merece muy poca, pues dado que este mundo tiene sus noches, y no pocas, habría que dilatar el lado soleado de la vida de manera que sea fecundo y estimulante residir en él.

El hombre, en cuanto ente personal, se caracteriza por tener memoria de sí mismo, de la que emana el lenguaje interno en el que piensa las cosas, entiende y puede hablar de ellas a las otras personas. Por eso tenemos vida personal, un ahora fluyente, en el que la persona se sabe siendo ella, recuerda lo vivido, y trata de proyectar lo que quiere vivir. Nadie es la persona del otro, sino que ser persona es realizar la naturaleza humana común con total novedad. De ahí la acertada expresión «Visto un león están vistos todos, y vista una abeja, todas, pero visto un hombre no está visto sino uno y aún así, ése, no bien conocido», puesto que el hombre no sólo vive como los demás vivientes, sino que, además, trata de dirigir su vida.

En un ensayo sobre ética, el científico Albert Schweitzer escribió: «Quien se embarca en la nave del respeto de la vida no es un náufrago que va a la deriva; es, más bien, un pasajero intrépido que sabe dónde tiene que ir y cómo mantener firme el timón en la justa dirección». Así, la responsabilidad por la vida configura, por consiguiente, la responsabilidad por la naturaleza, por el hombre, por el mundo… La vida se extiende a todo lo que nuestros ojos ven, nuestros oídos escuchan, y nuestras manos tocan. Lo que realmente cuenta es la vida que existe.

La verdad esta ahí: en las personas; pero su inmediatez no significa que sea un tema de fácil conquista -tal como señala el filósofo Raúl Guerra-, al contrario, la verdad, es un bien arduo que siempre requiere de algo más que una perspicaz inteligencia para poder develarse ante nosotros en su integridad. Ese bien, lentamente asimilado, es el que convoca a la inteligencia a su destino, y cuando ésta lo encuentra, entonces se goza en él y lo reconoce como algo bello. Es en definitiva, una entrega valiente y arriesgada.

Los seres humanos simultáneamente somos capaces de llevar cabo las acciones más sublimes y las más abyectas, sin que por ello sufra desdoro o menoscabo su dignidad. Por el contrario, es precisamente en esta ambivalencia y en la lucha por superarla, en la que radica la grandeza humana. Recordemos en este sentido, este precioso sucedido:

“Hace algunos años, en las Olimpiadas de Seattle, para personas con discapacidad, también llamadas 'Olimpiadas especiales', nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros lisos.

A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio.

Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el piso, cayó rodando y comenzó a llorar.

Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron ¡Todos!

Una de las muchachas, con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: "Listo, ahora vas a ganar". Y todos; los nueve competidores entrelazaron los brazos y caminaron juntos la prueba hasta la línea de llegada.

El estadio entero se puso de pie; en ese momento no había un solo par de ojos secos. Los aplausos duraron largos minutos.

Las personas que estaban allí aquél día, repiten y repiten esa historia hasta hoy ¿Por qué? Porque en el fondo, todos sabemos que lo que importa en esta vida, más que ganar, es ayudar a los demás para vencer, aunque ello signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo. Porque el verdadero sentido de esta vida es que todos juntos ganemos, no cada uno de nosotros de forma individual”.

Ese clima de deferencia es que debería encontrarse en las relaciones genuinamente humanas, es el que todos anhelamos y necesitamos. A continuación se trata esta realidad en el anciano y en el niño.

¿Qué supone la vejez? Bellamente lo expresa el poeta Panero:

“Señor, el viejo tronco se desgaja/
El recio amor nacido poco a poco, /

Se rompe. El corazón, el pobre loco, /

Está llorando a solas, en voz baja. /

Del viejo tronco haciendo pobre caja/

Señor, la encina en huesos toco/

Deshecha entre mis manos, y Te invoca/

En la santa vejez que resquebraja/

Sin noble fuerza. Cada rama, en nudo, /

Era hermandad de savia y todas juntas/

Daban sombra feliz, orillas buenas/

Señor, el hacha llama al tronco mudo, /

Golpe a golpe, y se llena de preguntas/

El corazón del hombre donde sueñas. /

En el envés de estos hechos, y del que nos avisa la experiencia, es que la ansiada madurez humana suele ir acompañada del declive biológico, y que la plenitud somática no suele responder a la cima espiritual Por eso se ha afirmado que la vejez nos alcanza no por haber vivido muchos años, sino por haber defraudado a nuestros ideales, por haber estado prontos a perder la alegría y la ilusión con la llegada de las contrariedades. Es verdad que los años estropean la piel, pero es la deserción el propio ideal la que arruga el alma, aunque el deterioro físico sin motivaciones importantes, y también sin cuidados entrañables, tiene secuelas negativas, mientras que con esas mismas limitaciones pero con ideales y con amor los resultados pueden ser fantásticos. Además, los ancianos tienen el carisma de romper las barreras entre las generaciones antes de que se consoliden, porque en la historia de cualquier hombre –y cuanto más cuando es mucho lo vivido- se proyecta también la vida de otros individuos, de su patria, de su ámbito de trabajo. Actualmente hay que redescubrir el valor de la ancianidad en una sociedad que muchas veces da la impresión de que habla de la edad avanzada solo como un problema.

¿Y los niños? Su vida es veraz. Hacen familia. Hacen pactos estables de biografías amorosas que aquietan y neutralizan el grito del dolor y el de la soledad. El pintor Guayasamín ha sabido reflejar la vida de los niños en sus cuadros al unir el llanto y la ternura., mientras pone en ellos como leyenda, este homenaje a su madre: “Mientras vivo, siempre te recuerdo”.

El niño aparece ante los mayores en parte indigente, inerme, desprotegido. Por ello ante sus equivocaciones, los adultos solemos ser condescendientes e incluso sonreímos ante esos fallos, lo cual genera una corriente de simpatía, genuinamente lúdica que, tal como señala el teólogo Hernández Urigüen, permite educar al niño en un clima de confianza, enseñándole a relativizar la vida. Pensemos en la película “la vida es bella”. También es muy cierto que el niño con su ingenuidad, con su mirada limpia, con su falta de prejuicios educa al adulto.

Cada persona es irremplazable, también la anciana, también la pequeña; cada persona es única, pero no es sola. En este sentido, Emmanuel Lévinas, uno de los filósofos más inquietantes, hondos y creativos de nuestra época, destaca en su obra por el giro antropológico y ético, tan necesario en el pensamiento contemporáneo, en el que desplaza el yo individual y autónomo del individuo moderno hacía ‘el otro’; su obra es así un no rotundo a la indiferencia entre unos y otros y un despertar a la deferencia, fruto, precisamente, de las diferencias entre unos y otros.

Señala el filósofo que el ‘otro hombre’ demanda imperiosamente su dignidad porque no es absolutamente igual a nosotros, porque entre él y nosotros se alza siempre un abismo insondable, una distancia que nunca lograremos borrar. Esta distancia es eco, huella de algo infinito, que se hace audible en una exigencia de responsabilidad inextinguible por el otro hombre.

El otro, por lo tanto, no es un objeto al que podemos reducir, manejar. No es un elemento más que quepa ordenar de una manera u otra a nuestros fines. El otro clama por el reconocimiento de su diferencia.

Es evidente que este planteamiento eleva a una nueva sensibilidad, a estar atento a la voz del ‘otro’ que exige, al menos, respeto, igual que ‘yo’ exijo este tratamiento. La acogida del ‘otro’ necesita una escucha atenta de su voz, la conmoción original y profunda del sujeto humano. Al reconocer esta relación de dependencia nace la conciencia de la gratuidad y del enigma de la existencia, y se descubre, una vez más que la vida, precisamente por se un don maravilloso, tiene carácter relacional. Compartir satisface y llena, es uno de los puntos clave donde se experimenta la dimensión de sentido que caracteriza el vivir.

En el fondo y en la forma es tener el privilegio de vivir en un clima de consideración y afecto, del que surge la posibilidad sabia de discernir para tomar decisiones sean prudentes o arriesgadas. Es este estilo el que se descubre en UP. Y lo hace diferentes relaciones: el marido y su mujer; el anciano y el pequeño; las personas y las ilusiones.

Todo lo que se ha dicho hasta aquí tiene, pues, un corolario: encontrar el sentido de la vida no es una tarea que puede realizarse en solitario. Según Guardini, el sentido es el contenido de la existencia que florece y madura. La compañía de los demás, vivida como amistad, ayuda, amor o participación en tareas comunes, ayuda a sentirse útiles, comprendidos, apoyados y beneficiados por la tarea común que nos reúne y en cierto modo nos protege. Comprobadlo en UP.


Metodología
Como es habitual, se propone una película, se realiza una sinopsis sobre ella y se plantean algunas cuestiones bioéticas con respecto a temas que aparecen en el film. Si alguien desea añadir algún comentario o buscar nuevas explicaciones puede dirigirse al correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
En todo caso, lo fundamental es contar con el cine como instrumento de la bioética.




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up

 
Película a Debate: UP
Dirección: Pete Docter.
Codirección: Bob Peterson.
País: USA.
Año: 2009.
Duración: 95 min.
Género: Animación, comedia, aventuras.
Doblaje original: Ed Asner (Carl Fredricksen), Christopher Plummer (Charles F. Muntz), John Ratzenberger (Tom), Delroy Lindo (Beta), Jordan Nagai (Russell), Bob Peterson (Dug/Alpha), Elie Docter (Ellie).
Guión: Bob Peterson y Pete Docter; basado en un argumento de Bob Peterson, Pete Docter y Tom McCarthy.
Producción: Jonas Rivera.
Producción ejecutiva: John Lasseter y Andrew Stanton.
Música: Michael Giacchino.
Montaje: Kevin Nolting.
Diseño de producción: Ricky Nierva.
Estreno en USA: 29 Mayo 2009.
Estreno en España: 30 Julio 2009. 

Sinopsis

Pixar, a través de una historia auténtica de amor, nos regala una maravilla técnica y visual, una propuesta que invita a dejarse llevar a un mundo casi perfecto en el que pequeños y grandes pueden abandonar la rutina y echar a volar acompañando a los protagonistas. Había amor entre los robots, con los autos de Cars, o entre el pinche y la cocinera de Ratatouille, pero nada comparable al amor de Carl y Ellie: cómo se cuenta, casi sin palabras, su vida en común, la pena por no poder tener hijos, la felicidad en situaciones corrientes; todo resulta conmovedor, y apuntala la idea de que no hay nada como las aventuras de la vida cotidiana, la mayor parte de las veces más valiosas que aquellas que llamamos extraordinarias. Parece ser que la simpática y refunfuñona figura central no es sino un recuerdo digitalizado del legendario Spencer Tracy, y su papel en este mundo no es sino el del tenaz batallador que se rebela contra el progreso tan descomunal como deshumanizado que a todos nos acosa. El halo entrañable que envuelve los primeros veinte minutos –recordad la hucha mil veces rota…-los convierten en una maravilla por la magistral utilización de la música como instrumento único capaz de sostener por sí mismo la narración sin necesidad de palabras ni grandilocuencias, un extenso guiño al palco adulto cuyo desarmante discurso, por lo honesto, conmueve ánimos y corazones. 

Como tantos otros niños, el joven Carl tenía un héroe: el aventurero Charles Muntz, viajero incansable y conocedor del paraje más maravilloso del mundo, la catarata del Salto del Ángel, en Venezuela. Setenta años más tarde, Carl convertido ya en un anciano achacoso y viudo, no ha cumplido su sueño de visitar aquel soñado paraje en compañía de su amada esposa. Ahora ese sueño parece más lejos que nunca. Y por si fuera poco, la linda casa de la que hicieron su hogar, se ha convertido en una especie de islote en medio de las grúas que levantan alrededor imponentes rascacielos. Cuando por mandato judicial, Carl va a ser trasladado a una residencia de ancianos, pone en marcha un increíble plan: con una nube de globos arranca la casa de sus cimientos y emprende vuelo a Sudamérica. Pero lo que no sabe es que se le ha colado a bordo un polizón: Russell, un chico explorador, obstinado, solitario, alegre, inquieto…. 

El viaje explorador se lleva a cabo y se sigue con un gran sentido del humor, una acción trepidante y una emoción sin límites. Durante el mismo entre el anciano y el niño surge una maravillosa relación, pues el primero encuentra al hijo que nunca tuvo, mientras que el otro ve rellenado el hueco que dejó el padre divorciado. 

Up es una invitación a abandonar el caos que nos rodea y volar a un lugar mejor, dentro y fuera de nosotros mismos; sus personajes encarnan valores y sentimientos eternos sin que el espectador tenga la sensación de que le están dando una clase de moral., pero nada menos que, al explorar el corazón de Ellie, de Carl, de Rusell, el espectador explora el suyo…, queda animado a vivir su propia aventura quizás tan sencilla y real como tomar un helado sentados en la acera en buena compañía.

Up también nos deja, de manera sutil y elegante, una dosis crítica hacia el trabajo absorbente de unos padres que descuidan la educación de los hijos, hacia el materialismo que busca la felicidad en las cosas —ahí está esa necesidad de desprenderse de muebles y enseres para poder volar— o hacia una excesiva mirada al pasado que impide seguir viviendo el presente y buscar nuevos alicientes.


Temas de Debate:
  • El valor de la vida ordinaria
  • Virtudes y carencias en el anciano
  • Virtudes y carencias en el niño Las relaciones personales: indiferencia, diferencia
y deferencia y una sugerencia

Otras películas para profundizar en el tema:
  • La vida
  • La vida es bella
  • ¡Vivir!
  • ¡Viven!
  • ¡Qué bello es vivir!
  • Un toque de canela


Estas películas se encuentran comentadas en los capítulos 8 y 19 del libro "La vida humana a través del cine" de Mª Consuelo y Gloria Mª Tomás y Garrido (EIUNSA; 2ª edición, 2005).

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